Terquedad angloamericana de imponer un “Nuevo Orden Mundial” de hegemonía unipolar

 

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El presidente ruso, Vladimir Putin, presentó al mundo el pasado primero de marzo una impresionante colección de nuevas súper armas estratégicas, contra las cuales las potencias occidentales no disponen de defensas conocidas. Aunque la mayoría de las interpretaciones aludieron rápidamente al lado bélico, el momento ofrece, en especial a los Estados Unidos, una nueva oportunidad para explorar un camino de entendimiento dirigido hacia un nuevo orden mundial multipolar y cooperativo; la mayoría de las naciones anhela que las energías creadoras y la capacidad productiva sean puestas al servicio de un esfuerzo compartido para el progreso y la paz mundial.

 

Esta gesta debería haberse iniciado hace casi tres décadas, luego de la caída del Muro de Berlín y del desmoronamiento de la URSS, pero el cambio fue despreciado por la terquedad angloamericana de imponer un “Nuevo Orden Mundial” de hegemonía unipolar.

 

La alternativa, sí las élites angloamericanas insistan en preservar su demencial programa hegemónico, es la perspectiva de una nueva conflagración mundial.

 

No obstante, la carencia de estadistas en los actuales dirigentes occidentales ha permitido inundar las relaciones internacionales de un torrente cada vez más agresivo contra Rusia, prefigurando el retorno de la Guerra Fría; esto lo vemos en Siria donde gira la nueva escena de la farsa sobre el uso de armas químicas lanzadas en Guta Oriental.

 

Sin pasar por alto las nuevas, “Estrategia de Seguridad Nacional 2017” y de la “Revisión de la Postura Nuclear” estadounidenses, así como las diatribas y las provocaciones del consejero de Seguridad Nacional, general H. R. McMaster, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, de febrero pasado, donde calificó a Rusia de “régimen delincuente,” al lado de Siria, Irán y Corea del Norte. La pretendida modernización del arsenal nuclear de Estados Unidos, afirmó, tendría como objetivo “disuadir” a esos “delincuentes.”

 

En réplica directa, pero dirigida también a los líderes europeos presentes, el canciller ruso, Serguei Lavrov, recordó y reforzó la vieja propuesta rusa para la creación de “un espacio común de paz, seguridad igual e indivisible y cooperación mutua en la zona, del Atlántico al Pacífico,” lo que permitiría la sintonía de esfuerzos para echar a andar un gran proyecto de integración euroasiática (para lo cual, vale la pena resaltarlo, China tomó la iniciativa y no está a la espera de la “buena voluntad” de Occidente).

 

El desarrollo de Eurasia, abrigando dos tercios de la población mundial, representa un corredor de estabilidad en una región atravesada por zonas de conflicto endémicas. Romper con las viejas ideas de la geopolítica británica, y unir a los mismos Estados Unidos a los beneficios económicos del esfuerzo, echaría abajo las intenciones de los grupos radicales de Washington, ahora reforzados por el nombramiento del ex jefe de la CIA, Mike Pompeo, a la Secretaria de Estado.

 

El mundo no puede desperdiciar esta nueva oportunidad de enterrar definitivamente la era del colonialismo, con sus muros al frente.

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